Por Agus el Elefante – corresponsal goloso de Canal Horeca
¿Alguna vez te ha pasado que entras a un lugar y sientes que ya estuviste ahí antes, aunque sea tu primera vez? No me refiero a un déjà vu cualquiera, sino a esa calidez inmediata que solo se siente cuando uno cruza la puerta de una casa donde el cariño se sirve en taza. Así me pasó a mí —Agus el Elefante— la primera vez que visité Santa Cafeína.
Escondida en un rinconcito que ya huele a barrio querido, esta cafetería lleva un año construyendo algo más que una carta deliciosa: ha creado comunidad. Apenas entras, te recibe Rosario con una sonrisa que abriga como manta de sofá, y si tienes suerte, afuera te espera Rodrigo, alias el Turco, moviéndose al ritmo de la vida mientras ofrece café con una alegría contagiosa. El ambiente es acogedor, con ese espíritu de living familiar donde nadie se siente forastero.
Pero vayamos a lo esencial: el sabor. Durante mi visita, tuve el privilegio de probar un cappuccino espumoso y aterciopelado, seguido por un espresso naranja —una joya cítrica que despierta los sentidos—. Le siguió una medialuna dulce acompañada de crema chantilly y frutilla, digna de cerrar los ojos y suspirar. El volcán de manjar, hecho por ellos mismos, fue pura golosidad dulce que se deshacía en mi paladar elefantástico.
Y no puedo dejar de hablar de los sándwiches en medialuna dulce. Sí, lo leíste bien. Una mezcla dulce-salada que no solo funciona, sino que emociona y conquista. Crocancia, suavidad y ese “¿por qué no?” que define toda la propuesta de Santa Cafeína. Porque si algo caracteriza a este lugar, es la libertad de atreverse.
“¿Por qué no hacer un sándwich en una medialuna? ¿Por qué no traer sabores de Turquía, Francia o España?”, me cuenta Rosario. Aquí, cada producto nace de la experimentación con memoria: de viajes, de antojos, de compartir lo que uno ama. Rodrigo, el genio detrás del laboratorio (la cocina), no solo cocina: crea. Y eso se nota en cada bocado. De hecho, uno de sus clientes frecuentes dice que su sándwich favorito “nunca sabe igual, pero siempre es mejor”, porque Rodrigo le pone detalles distintos cada vez.
La carta no es extensa, pero sí profunda …bocaditos pensados para acompañar el café, pero también para abrazarte el alma.
¿Y qué los diferencia de otras cafeterías de especialidad?
“De partida, no nos denominamos así”, me dice Rosario sin titubear. Aunque trabajan con café de especialidad, y los procesos también lo son, evitar esa etiqueta es una decisión consciente. “La gente escucha ‘especialidad’ y se imagina algo caro, ácido, frío. Queremos que todo el mundo entre, pruebe y se quede por la experiencia, no por la etiqueta”, agrega.
Y es que Santa Cafeína no busca impresionar, busca conectar. Que vengas, que te tomes un café rico, que converses. Que quizás termines charlando con alguien que no conocías. Que te sientas en el living de un amigo, no en un local impersonal.
La frescura es parte del alma del lugar: trabajan con productos del día, sin congelados ni preelaborados. La carta se adapta a las temporadas. La frutilla es de verdad. La albahaca cambia entre verano e invierno. Nada se improvisa, pero todo se siente natural. Y eso, créanme, se nota en cada mordida.
¿El mayor desafío?
“Romper con el estigma de que o eres cafetería de barrio, o eres de especialidad. Nosotros queremos ser ambas. Y demostrar que se puede”.
Con su ubicación a pasos de Providencia, Santa Cafeína logra algo que parecía olvidado: crear barrio en plena avenida. Y no con marketing, sino con cariño, constancia y un volcancito tibio preparado por la mañana.
¿Favoritos personales? Rodrigo es fanático del Cold Brew con naranja y té de Jamaica. Rosario, del Dirty Chai (“¡chai latte con espresso, qué mejor!”). Y ambos coinciden en que el Espresso Mora es una joyita.
¿Y las anécdotas? Sobran. Desde niños dando sus primeros pasos en la alfombra hasta familias que llegan en masa porque alguien probó un cappuccino por la mañana. Un grupo de estudiantes vino a ver juntos sus resultados de la PAES. Hay reuniones, reencuentros, pequeños conciertos, sesiones de entrenamiento funcional y abrazos que no están en la carta, pero se sirven igual. Como dice Rosario, “solo nos falta que alguien se declare aquí”.
¿Y el futuro?
Más Santa Cafeína. En Ñuñoa, en el Centro, donde haya ganas de recuperar la vida de barrio. Donde una taza de café pueda seguir haciendo comunidad.
Porque al final, como bien dice su consigna:
“Ninguna alegría ni ninguna pena se pasa tomando agua. No así con un café.”